Había una vez una señora sentada sola en un restaurante. Pidió una deliciosa sopa y esperó con paciencia. Cuando llegó su pedido, llamó al camarero.
-"Quiero que pruebe la sopa", le dijo.
El camarero, sorprendido, preguntó si no estaba rica. Ella insistió:
-"No es eso, quiero que pruebe la sopa."
Pensando que estaría fría, el joven se ofreció a cambiarla.
-"La sopa no está fría. ¿Podría probarla, por favor?"
Desconcertado, el camarero intentó una vez más:
- "Señora, dígame qué ocurre. Si no está mala ni fría, le cambio el plato."
-"Por favor, si quiere saber qué le pasa a la sopa, solo tiene que probarla."
Finalmente, el camarero accedió. Se sentó junto a ella, alcanzó el plato y entonces se dio cuenta: no había cuchara en la mesa.
-"¿Ahora se da cuenta?", sonrió la mujer. "Falta la cuchara. Eso es lo que le pasa a la sopa, que no me la puedo comer."
Esta historia encierra una verdad poderosa: muchas veces damos mil vueltas para evitar decir algo simple. Creemos que ser directas es ser bruscas, que pedir lo que necesitamos es ser demandantes, que expresar nuestros sentimientos es ser vulnerables.
Pero existe un punto mágico entre callar por miedo y explotar por frustración. Un lugar donde puedes ser honesta sin ser hiriente, donde puedes pedir sin rogar, donde puedes decir "no" sin sentir culpa. Ese lugar se llama comunicación asertiva.
Ser asertiva no significa ser perfecta al momento de hablar. Significa encontrar tu centro entre dos extremos que no te sirven: la pasividad que te hace invisible y la agresividad que aleja a quienes amas.
Es el arte de hablar desde tu verdad sin aplastar la del otro. De expresar tus necesidades sin convertirlas en exigencias. De defenderte sin atacar. De ser firme sin ser rígida.
Cuando decides comunicarte desde la asertividad, construyes sobre tres pilares fundamentales:
La sinceridad, que te permite mostrar quien realmente eres, sin máscaras ni disfraces. No se trata de decir todo lo que piensas, sino de no mentir sobre lo que sientes.
La empatía, que te recuerda que del otro lado hay un corazón que también puede doler, un alma que también busca ser comprendida. Te invita a hablar desde la conexión, no desde la separación.
Y la claridad, que es el regalo que le das tanto a tu interlocutor como a ti misma: palabras que no necesitan interpretación, mensajes que llegan sin ruido, intenciones que se entienden sin esfuerzo.
Cuando eliges la comunicación asertiva, no solo transformas tus relaciones. Te transformas a ti misma:
Tu estrés disminuye porque ya no cargas con palabras no dichas. Tu autoestima crece porque te respetas lo suficiente como para expresarte. Tus decisiones mejoran porque tus necesidades están claras. Tus relaciones se profundizan porque se construyen sobre la honestidad, no sobre lo que creemos que el otro quiere escuchar.
La comunicación asertiva requiere coraje. El coraje de mostrarte tal como eres. El coraje de arriesgarte a que no todos estén de acuerdo contigo. El coraje de poner límites cuando es necesario y de abrirte cuando es el momento.
Porque detrás de cada "no me animo a decirle" hay una oportunidad perdida de conexión real. Detrás de cada "prefiero no molestar" hay una necesidad no atendida que se convertirá en resentimiento.
La verdadera magia no está en encontrar las palabras perfectas. Está en hablar desde un lugar honesto, con la intención de construir puentes en lugar de muros.
Está en recordar que tanto tú como la persona que tienes enfrente merecen ser escuchadas, comprendidas y respetadas. Está en elegir la claridad por encima de la comodidad, la honestidad por encima de la conveniencia.
Cada vez que eliges la asertividad, construyes un puente. Un puente entre lo que sientes y lo que expresas. Entre lo que necesitas y lo que pides. Entre quien eres en privado y quien muestras al mundo.
Ese puente se convierte en el camino hacia relaciones más profundas, más reales, más satisfactorias. Relaciones donde no hay que adivinar qué piensa el otro, donde los problemas se resuelven hablando, donde el respeto mutuo es la base sobre la que todo se construye.
Al final, la comunicación asertiva es un acto de amor propio y amor hacia otros. Es decir: "Mi voz importa, mis sentimientos son válidos, mis necesidades merecen ser escuchadas. Y las tuyas también."
Es elegir la honestidad compasiva por encima del silencio cómplice o la explosión destructiva. Es recordar que las relaciones más hermosas crecen en el terreno de la verdad compartida.
La próxima vez que tengas algo que decir pero las palabras se te atoren en la garganta, recuerda la historia de la cuchara. A veces, lo más simple es lo más poderoso. A veces, decir claramente lo que necesitas es el regalo más generoso que puedes dar.
Porque tus palabras tienen magia. Y cuando las usas con sinceridad, empatía y claridad, esa magia transforma no solo tus relaciones, sino también a ti misma.
¿Estás lista para descubrir la magia de tus propias palabras?
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